La historia de la diáspora española en el período posterior a 1939 trata con bastante detalle la suerte de aquéllos que, entregados a los nazis por las autoridades francesas, acabaron en lugares de triste memoria como Mauthausen, Dachau o Neuengamme. Es menos conocido, sin embargo, el caso de ciertos españoles que al concluir la Guerra Civil Española se encontraban en el territorio de la entonces Unión Soviética y que posteriormente fueron enviados al GULAG. En su obra Las guerras de los niños (Madrid, 1997, pp. 398-399), Eduardo Pons Prades menciona brevemente este hecho, si bien de una forma que podría calificarse de bastante peculiar.
El grupo de prisioneros estaba integrado por pilotos de guerra en formación y por las tripulaciones de buques como por ejemplo el Cabo San Agustín, que transportaba armas y se encontraba en el puerto de Odessa en abril del año 1939. Aunque habían indicado estar listos para partir hacia México, los miembros de la tripulación permanecieron en la Unión Soviética hasta junio de 1941, fecha en que fueron detenidos e internados en campos de trabajos forzados en Siberia, donde varios de ellos fallecieron a causa de las grandes privaciones. En 1942 fueron trasladados a Karaganda (Kazajstán) para trabajar como labradores. Las condiciones alimentarias e higiénicas eran precarias, el trabajo durísimo, el clima inclemente y el contacto con el mundo exterior imposible. Muchos de ellos contrajeron tuberculosis.
El destino de estos hombres llegó a conocerse gracias a los relatos de prisioneros de otros países, liberados en 1946. Entre ellos había algunas mujeres judías de origen austriaco, quienes, durante su estancia en el campamento, habían mantenido relaciones con algunos de los españoles y dado a luz a sus hijos. Cuando la Federación Española de Deportados e Internados Políticos (FEDIP), fundada en Toulouse después de la guerra, tomó conocimiento de la existencia de estos casos, procedió a verificar y confirmar sus datos a través de parientes y organizaciones sindicales, y pudo establecer que se trataba de antifascistas y miembros de los sindicatos UGT y CNT. De inmediato, la Federación lanzó una campaña, que, si bien contribuyó a mejorar las precarias condiciones en que vivían los prisioneros y a que éstos pudiesen enviar corrreo por medio de la Cruz Roja, no llevó a su liberación. El tribunal militar del Consejo del Soviet Supremo no decidió ponerlos en libertad hasta marzo de 1956. La fuerza motriz de la campaña fue José Ester Borrás, veterano de la Guerra Civil, miembro de la resistencia francesa y sobreviviente de Mauthausen.
El Instituto acoge desde 1998 una parte de los archivos del FEDIP, que incluye documentos de uso interno, cartas circulares, la correspondencia con el gobierno español en el exilio, el gobierno francés, las Naciones Unidas, la Cruz Roja y con numerosas personalidades en Francia y en el extranjero, además de artículos de prensa sobre la campaña. Buena parte del archivo (que mide 0,7 metros) consiste de expedientes personales recopilados por la FEDIP, que contiene su correspondencia con la familia, fotografías y las desgarradoras cartas que habían podido hacer enviar los deportados. Un expediente aparte contiene los certificados de nacimiento de los niños y las declaraciones de paternidad correspondientes. El archivo, además, incluye escritos relacionados con la Comission Espagnole Contre le Régime Concentrationnaire (Comisión española contra el régimen de concentración) establecida en 1950, así como documentos relativos a las pensiones pagadas por Alemania a los antiguos prisioneros en campos de concentración y/o a sus viudas.